Estamos constantemente conectados: pantallas, noticias, mensajes, voces ajenas. Pero en medio de todo esto, la voz del cuerpo se vuelve más silenciosa. Para escucharla, necesitas crear espacio. 10 minutos son suficientes. Activa el silencio. Siéntate cómodamente, con la espalda apoyada y los pies firmes en el suelo. Cierra los ojos. Simplemente respira. Deja que los brazos descansen libremente y que los hombros se liberen lentamente del cansancio. Puedes girar ligeramente el cuello, estirar suavemente los hombros y girar el torso hacia los lados. Todo, sin un objetivo, solo para volver a sentirte cómodo en tu propio cuerpo. Después de algunas prácticas de este tipo, surge una mayor sensibilidad hacia ti mismo, hacia el movimiento, hacia las tareas habituales. La vida cotidiana deja de ser un deber y cada acción —agacharse, sacar la basura, preparar el té— se siente más natural. Son 10 minutos que restauran la plenitud.
